An no koto. Irie Yū y el TIFF 2024
- Jose Montaño
- 28 nov 2024
- 5 Min. de lectura
Con varios meses ya de presencia en cartelera, la proyección de An no koto (『あんのこと』) el pasado mes de octubre en FCCJ no respondía a su habitual formato de preestreno promocional ante la prensa. En esta ocasión, se trataba de un acto coorganizado con el Festival Internacional de Cine de Tokio (TIFF), que en su reciente trigésimo séptima edición reunía la obra de Irie Yū en su sección Director in focus.

El acto empezó con el director del festival y su director de programación, el veterano Ichiyama Shozo, presentando las novedades de la nueva edición y los principales reclamos entre la selección de cintas a exhibir. El certamen va consolidando su apuesta por una sede dispersa, salpicando de actos y proyecciones el triangulo de Hibiya, Yurakucho y Ginza. De este modo, se pierde buena parte de la sensación de acontecimiento que le confería el ambiente más recogido de la anterior ubicación en Roppongi Hills, que a su vez había sucedido al área de Shibuya de los inicios bianuales del certamen. Pero no es menos cierto que, del mismo modo, el festival quedaba algo escondido a ojos de la población tokiota y el ambiente era muy poco popular, muy del nicho cinéfilo. Ahora todo se diluye un poco en un área de por sí agitada y bulliciosa, pero se integra mejor en la respiración de la ciudad y reivindica la tradición cinematográfica de esta zona, no en vano continúa siendo el hogar de tres de las grandes productoras nacionales (Toei en Yurakucho, Toho en Hibiya, Shochiku en Ginza) y en tiempos albergó salas tan míticas como la ciclópea Nichigeki.
Abandonando el más modesto y decididamente independiente Tokyo Filmex, el fichaje de Ichiyama por el TIFF le permite trabajar con mayor holgura presupuestaria, pero le obliga a lidiar con los requerimientos de un certamen impulsado por las grandes corporaciones del audiovisual nacional. De todos modos, la magnitud del evento permite asignar espacio a proyectos de naturaleza muy diversa. Aunque en varias secciones se vea obligado a ceder espacio a productos de carácter más industrial, la selección se beneficia de la agenda y el olfato del veterano programador en formatos menos comerciales. Buena muestra de ello es el mencionado homenaje a Irie, escenificado en esta ocasión con la proyección de An no koto, que por cierto está también en la selección de este año de Kinotayo, y posterior ronda de preguntas con el propio director del film.

Se trata de un relato de los que te agarran con violencia por la solapa y solo te suelta al aparecer los créditos de cierre. Vagamente inspirada en dos noticias reales, la película transita la precaria, siempre al filo de la navaja, trayectoria de redención de una joven obligada a por un sórdido ambiente familiar a crecer y desenvolverse en la marginalidad social. La propuesta estética no busca el alarde. La elección del director parece limitarse a narrar sin estridencias formales. La apuesta es, por un lado, que los hechos que se desarrollan en pantalla son los suficientemente impactantes para ganarse al público por sí mismos. Pero es que además salta con red, ya que en la manga cuenta con un as para la mano ganadora: la interpretación protagonista de ese monstruo que responde por Kawai Yūmi
Cualquier espectador atento al panorama japonés se habrá familiarizado ya con el nombre de esta joven. Quién no, lo hará en breve. Muy errados tendrán que ir sus próximos pasos para que no estemos presenciando un fenómeno en ciernes. De momento, su aún corta carrera está siendo de lo más sólido. Ya ha puesto su apellido en los créditos de varias cintas más que interesantes, que lo han resultado aún más por el magnetismo que su presencia despliega ante la cámara. Estuvo ya en una película tan importante como Plan 75 (2022, Hayakawa Chie), dándole la réplica, ahí es nada, a un tótem del cine japonés como Baisho Chieko. Su breve intervención en Aru otoko (『ある男』2022, Ishikawa Kei), con apenas un par de momentos en pantalla, le bastaba para dejar huella. En su aparición, aparentemente secundaria, en A Balance (『由宇子の天秤』Yūko no tenbin, 2020, Harumoto Yūjirō) se acababa comiendo la película. Otro tanto se puede decir de Ai nanoni (『愛なのに』2022, Jōjō Hideo). Puede mostrarse delicada y frágil, para en otro trabajo incorporar un carácter feroz. Es capaz de resultar creíble poniendo rostro a una anónima empleada o ejerciendo de atractiva manipuladora, como sacada de un noir clásico. No parece haber registro al que no le alcance un talento cuyo techo aleja en cada nueva y más asombrosa interpretación.
En esta ocasión, el periplo de la protagonista encarnada por Kawai, la An del título, recibirá el impulso fundamental de un heterodoxo oficial de la policía. Magnifica composición interpretativa de Satō Jirō, enorme. Pero es inútil. Ella reclama toda la admiración para sí. También contará con el apoyo de un periodista de investigación, un Inagaki Gorō de capacidades más discretas, pero que por su condición de ex integrante de la archipopular boy’s band Smap sería el plato fuerte en cualquier otro reparto. Aquí no. Aquí Yūmi impone su ley.

© 2023『あんのこと』製作委員会
Pero claro, todo eso sería humo si estuviésemos ante una película hueca con un relato inane, y desde luego no es así. La cámara de Irie se detiene a observar por los márgenes de la sociedad, donde descubre la sordidez que allí se cobija y la carcoma que corrompe instituciones e iniciativas bienintencionadas. Expone el papel ambiguo de los medios de comunicación, entre la necesaria denuncia y la busca del impacto, y el peligro de confiar en vendeburras mesiánicos que abusan del aura que se crean.
Lo que nos cuenta es intrigante y cómo nos lo cuenta es estimulante. Insisto en que el aspecto formal es sencillo, no busca deslumbrar en lo técnico, pero no por ello el diseño del film deja de estar cuidado en lo visual. Sin preciosismo esteticista, pero sin caer en ciertos vicios del cine social independiente que tiende a enfatizar una imagen cruda y deliberadamente descuidada. Lo mismo en lo narrativo, con momentos de sutileza muy planificada. Un ejemplo en el plano fijo de la protagonista en una papelería, sus dudas a la hora de hacerse con un cuaderno. El encuadre enfatiza el cuaderno mismo, de ella apenas se nos muestra su mano indecisa. Basta para ilustrar el estado mental y anímico de la muchacha. Con este simple planteamiento, el cuaderno se nos señala como signo a leer en lo sucesivo para ir escrutando la evolución personal y emocional de nuestra protagonista. La complejidad de lo simple y una pareja protagonista sobresaliente. Menos es más. Y con Yūmi es mucho, muchísimo más.
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