Muromachi burai. Los villanos de Muromachi
- Jose Montaño
- 12 ene
- 6 Min. de lectura
Apenas dos meses ha tardado Irie Yū en reaparecer por FCCJ, esta vez para presentar su nuevo trabajo, en el que adapta una novela histórica de Kakine Ryosuke. Un esfuerzo de ocho años de producción para traernos su primera incursión en el jidaigeki. Producido por Toei, no podía sino tratarse de un chanbara marca de la casa.
Sé que es una batalla perdida, pero aquí está uno para librarla: no me cansaré de insistir en que jidaigeki no es un género, simplemente es una categoría más amplia, que se aplica al cine japonés de época, ambientado en cualquier periodo previo a la Restauración/Revolución (según versiones) de Meiji, con el año 1868 como frontera. Chanbara sí, ese sí lo es. Se trata de un género, dentro del marco del jidaigeki, en el que se narran historias de acción y aventuras con la espada como protagonista. Subrayo: la protagonista es la espada, o el espadachín, no necesariamente el samurai, como erróneamente solemos leer o escuchar. Un ejemplo es esta Muromachi Outsiders (『室町無頼』Muromachi burai), en la cual sí aparecen algunos samurai pero no es la condición de los héroes de la función.

El relato es el de siempre: una cabeza jerárquica corrupta y hedonista; gente del pueblo llano que sufre las consecuencias; un héroe rodeándose de un grupo de fieles para acudir al rescate; varios antagonistas, desde el cobarde despiadado al antiguo colega caído del lado oscuro, pero que conserva dignidad y valores; una relación de maestro y discípulo; acumulación de momentos climáticos… Y lo mismo en el aspecto formal. Dirección de arte y fotografía colorista, al servicio de una narración épica para disfrutar, a ser posible, en pantallón de tamaño no menos épico. Todo lo bueno del despreocupado chanbara clásico de Toei, con su punto de nostalgia de aquel cine pretérito más un extra de grandilocuencia en escenas de espacios amplios y grandes movimientos de masas. La cantidad de personas que intervienen en determinados planos es poco habitual en el cine nipón. El resultado es una película de metraje considerablemente largo, pero más que disfrutable.
El reparto, que cuenta con primeros espadas de la cartelera nacional, sorprende por haber reunido como cabezas de cartel a la pareja Ōizumi Yō – Tsutsumi Shin’ichi. Ambos son reconocidos por su capacidad y recursos para hacer reír y, por lo tanto, estrechamente asociados al género de la comedia. Siendo que esta cinta no parece susceptible de ser considerada una comedia, no parece tampoco que semejante decisión de casting no haya sido premeditada. Me preguntaba, y le pregunté al cineasta, si estaba buscando un determinado ritmo en los duelos verbales entre ambos. Ya sabemos que el tempo es un aspecto crucial para alcanzar la comicidad, y los buenos cómicos lo son por el dominio de los tiempos. No se pronunció así Irie, aunque reconoció que en la relación entre en protagonista (Ōizumi) y su protegido, un joven del que se mofa imponiéndole como apodo Kaeru (en japonés rana, pero también es homófono de regresar a casa), se producen momentos de comicidad que él no anticipaba antes del rodaje. Sobre el ritmo, apuntaba a su inspiración en el clásico Yojimbo (『用心棒』1961, Kurosawa Akira), señalándolo también como inspiración para introducir en viento como un elemento decisivo para conformar la poética de esta película.
Por su parte, Ōizumi admitió a este respecto haberse inspirado en la interpretación del mítico Mifune Toshirō en Sanjuro (『椿三十郎』Tsubaki Sanjūrō, 1962, Kurosawa Akira), la secuela de Yojimbo. No me sorprendió el gusto del humorista por esta película, que muestra un tono más desenfadadamente cómico que la cinta con la que forma díptico (y que, por otro lado, entre las dos es “la buena”, como sabe hasta mi abogado). Mifune interpreta su personaje de forma seria, sin énfasis cómico, pero desencadenando equívocos y enredos a su alrededor. Así, Ōizumi muestra un registro más contenido de lo que suele ofrecer, pero ejerce de algún modo de agente provocador.
Mención aparte para la música. Ahí no sé qué pensar. Desde luego en registro musical destaca, pero eso no es necesariamente un elogio. Algunos temas, los menos, suenan a música tradicional japonesa, algunos otros tienen un componente electrónico. Muchos remiten, sin rubor, a reconocibles leitmotifs sonoros del espagueti western, reforzando la evidente influencia de Sergio Leone en la planificación de ciertos planos. Cada fragmento musical se siente algo desconectado del resto, no ofrece una experiencia sonora unificada. Mientras veía la película, pensaba en si se trataba de remedar el pastiche kitsch que tan bien le funciona a Tarantino. Aquí me sonaba a quiero y no puedo que en nada contribuía al conjunto. La única defensa que se me ocurre a esta (colección de) partitura(s) es considerar la velada intención cómica que quise adivinar en la propuesta general. ¿Una suerte de parodia sonora de diversos estereotipos genéricos que suelen aplicar a este tipo de relatos? Me decanto por esa idea que, aunque de concreción fallida, aporta relativo interés a la jugada, por no quedarme con la sensación de que se trata de una elección hueca o debida a según qué interés comercial impuesto desde arriba.
Decíamos que este es un chanbara que aspira a evocar la experiencia cinematográfica de las producciones clásicas de Toei en este género. Colorido, espectacularidad y diversión. No renuncia a narrar con calidad una historia interesante, pero lo que prima es fascinar, atrapar al espectador. Así, la gran batalla que el relato va incubando llegará para deparar un largo, detallado y muy entretenido desarrollo. Destaca la pulcritud narrativa con la que está narrada. Huye del recurso fácil de reflejar la confusión de una lucha tumultuaria mediante la confusión visual de una sucesión de cromos de acción, de tomas en las que prime el frenesí y el caos sobre la descripción de acciones concretas. Tanto los movimientos de masas como los enfrentamientos individuales están coreografiados al detalle. La contienda se resuelve visualmente con gran legibilidad y con la habitual sucesión de momentos climáticos. Cuando parece que el momento álgido ha quedado resuelto, se sube la apuesta. Una gozada.

Al director se le preguntó también por su motivo para adaptar esa novela en este momento. Oportuna cuestión, pues ya sabemos que todo relato histórico, más allá de un recuento de hechos del pasado, solo tiene relevancia por su posible articulación en clave de nuestra mirada actual. La película, ya lo he dicho, es técnicamente inapelable y realmente funciona como divertimento, pero su pervivencia como obra memorable depende justamente de esta cuestión. Irie se sacudió un poco la pregunta. Más allá de lo divertido de la trama y la espectacularidad visual que esta le permitía establecer, no supo, o no quiso, aportar argumentos sobre su elección. Voy a tratar de enmendarle la plana, porque, en definitiva, muchas obras relevantes lo son por sí mismas, a pesar de que sus autores no llegasen a vislumbrar el alcance de las mismas, la recepción popular o su imbricación con el estado sociopolítico y cultural de su momento. Al fin y al cabo, empezó el trabajo ocho años antes, sin poder prever cómo sería este mundo post pandémico y desconcertado ante los acontecimientos bélicos y políticos.
El film relata la evolución de varios personajes que actuaron como espoleta de un cambio de época. El periodo Muromachi marca la decadencia final de la antes deslumbrante sociedad del periodo Heian, algo así como un equivalente al clasicismo grecolatino europeo. El estado había dejado de ser funcional. Las élites estaban más interesadas por la ampliación de privilegios y riquezas que por la gestión pública. El cóctel se completó con determinados episodios climáticos y de salud pública, con plagas, malas cosechas y enfermedades víricas descontroladas. Resultado: descontento popular más que justificado en una población diezmada y sometida. El caldo de cultivo para seguir a algún líder, más o menos bienintencionado, eso es a gusto de cada posición ideológica, que prometa soluciones, por más que estas resulten drásticas y lleven a un escenario incierto.
La película concluye con una aparente resolución positiva, en tanto que la población se alza contra sus opresores con la esperanza de derrotarlos y alcanzar un futuro mejor. La realidad, con la perspectiva histórica lo sabemos, es que aquella rebelión supuso la demolición del régimen, sí, pero no su regeneración. El pánico entre las élites y sus movimientos por recolocarse en un nuevo equilibrio de fuerzas resultó en varios siglos de despiadadas luchas entre ellos. Dio inicio al periodo denominado Sengoku, la era de los feudos en guerra que desmembró el país y desangró a sus gentes. ¿Avisó a navegantes?
No importa si sus creadores han tenido o no en cuenta los acontecimientos en Ucrania o en en oriente medio; en nada influye si las recetas conspiranoicas de desinformadores antivacunas y terraplanistas fueron o no tenidas en cuenta; no importa si los populismos rampantes, con los bots prorusos o el trumpismo (¿o es el muskismo?) y sus acometidas mediáticas e injerencias desestabilizadoras a la cabeza, han sido un trasfondo tenido en cuenta en la concepción de esta película. Lo único cierto es que el film aparece justo ahora, y llega a las pantallas ofreciendo diversión, pero también cargado de subtexto.
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