Riverside Mukolitta. Una película a fuego lento
- Jose Montaño
- 27 mar 2024
- 4 Min. de lectura
En su edición de 2021, la representación de cine local en Tokyo International Film Festival tuvo su momento más destacado, a criterio de quien escribe, con Riverside Mukolitta (『川っぺりムコリッタ』 Kawapperi mukoritta). En aquel momento, por motivos diversos, mi comentario como reacción a esta película nunca llegó a publicarse. Lo retomo aquí con voluntad de llamar la atención sobre su directora, Ogigami Naoko, relativamente apreciada por el público —aunque no demasiado bien conocida en Occidente—, pero no siempre bien ponderada por la crítica. La etiqueta de cineasta ligera, que hace películas “de sanación”—iyashikei ( 癒し系 )—, se aplica de forma recurrente a su obra. Pero se trata de una afirmación cargada de prejuicios, que contribuye a difuminar, bajo el velo de una presunta falta de ambición intelectual, la magnífica trayectoria de una cineasta que se toma muy en serio el uso de lo cómico para abanderar un posicionamiento que escapa a las expectativas —¿o exigencias…? — que por lo general se imponen a una autora femenina.

Jugando al despiste
Ogigami, que no es precisamente una desconocida a nivel internacional, sabe bien lo que es recibir una mirada sesgada sobre su obra. Al exotismo que se le achaca por su procedencia oriental se une la expectativa de hacer un cine en clave femenina por el hecho de ser mujer. Eso le ha granjeado críticas injustas —considerar su cine poco crítico a nivel social, por aquello de no hacer explicito un posicionamiento feminista y (¡oh, anatema!) cultivar la comedia, confirmando (presuntamente) aquello de que sus películas se dirigen a las mujeres cuyo afán no es más que el de consumir de forma complaciente (argumento este no precisamente muy feminista...)—, así como malentendidos recurrentes —como cuando público y crítica internacional se esforzaban por entroncar las actividades de relajación de sus personajes en Megane (2007) con la disciplina del budismo zen—.
Consciente de ello, la directora y guionista comienza su penúltimo relato —tras esta película produjo y ya estrenó la magnífica Ripples (『波紋』 Hamon, 2023), que en buena parte confronta directamente a quienes usan el comodín del iyashikei para catalogar su cine— con una cita que explica el título de la película en base al concepto del paso del tiempo según una tradición budista... inventada. Es el primer chiste de la película, colarnos una falsa expectación de transcendencia, que luego adquirirá otra dimensión cuando el film, en efecto, alcance cierto nivel de reflexión existencial... pero cuya cualidad cómica volverá una y otra vez a ahuyentar toda sombra de solemnidad. Una continua broma con la afectación que atribuimos a la cinematografía nipona desde que Paul Schrader etiquetara al cine de Ozu como trascendente y el zen se impusiese como moda snob en Occidente.
Reparto estelar
En esta ocasión — y ¿sin que sirva de precedente? — protagoniza un personaje masculino, que interpreta con su habitual eficacia y contención Matsuyama Ken'ichi. De pasado indeterminado, el personaje llega a una localidad de provincias para incorporarse al trabajo en una modesta factoría. Su jefe le facilita alojamiento en un destartalado edificio junto al río, con una joven viuda como casera, a quien da vida Mitsushima Hikari. Enfrente vive un vendedor ambulante, también sin su esposa, encarnado por Yoshioka Hidetaka. Puede que personalmente no sienta un gran aprecio por las cualidades de este interprete, quien también aparece en la más reciente entrega de Godzilla, pero su trayectoria lo convierte indudablemente en una figura capital de los últimos treinta años del cine japonés. El ubicuo Muro Tsuyoshi, rostro casi insoslayable en toda comedia reciente que se precie, interpreta al vecino gorrón del apartamento contiguo. Los créditos me revelaron el concurso de otro nombre de peso: la antigua idol del cine de Kadokawa, la preferida entre las tres niñas de la productora en los años 80, Yakushimaru Hiroko. Espero poder revisionar la cinta para ubicar su personaje (¿una voz al otro lado del hilo de una abandonada cabina telefónica, tal vez...?). La casera y el vendedor viven con su descendencia, por lo que el paisanaje del recinto incluye también dos niños. Y una cabra.
Hay algún otro vecino, pero no conviene desvelar mucho más, aunque de esta película se podría detallar gran parte de la sinopsis sin que el lector sea víctima del tan temido spoiler. Tampoco el poster, ni aun el tráiler de la película —pese a no esconder nada— permiten figurarse cuál es auténticamente el fondo del asunto.
Pero ¿de qué va la película?
Entonces, si el metraje empieza con alusiones religioso-filosóficas al paso del tiempo y el lema promocional del film es que la comida sabe mejor cuando se degusta en compañía (「ご飯ってね一人で食べるより誰かと食べたほうが美味しいのよ。」), ¿cuál es en realidad el tema de la película?

El verdadero fondo del relato es elusivo, se va manifestando poco a poco. Se toma su tiempo. Inteligentemente, a fuego lento, Ogigami deja que emulsione un relato que se parece mucho a su cine anterior —en esa cadencia narrativa, por ejemplo, como también en la leve, creíble, extravagancia de los personajes—, pero que revelará un espíritu más crudo, menos amable que de costumbre. Introduce al espectador de forma relajada e inadvertida en una reflexión introspectiva, aparentemente sin proponérselo, pero tantos condimentos no se mezclan por casualidad. La receta estaba ya escrita en una novela previamente publicada por la autora, el buen gusto del plato no lo crea el azar, sino que es fruto de una idea bien macerada. La música de la película, composición que evoca la música festiva de chindonya, bien podría remitir al espectador más cinéfilo, salvando las distancias, a la composición circense de Nino Rota para Ocho y medio (Otto e mezzo, 1963, Federico Fellini). Hay un cierto compás, una lejana reverberación en común entre ambas películas. Acabamos el visionado con un pequeño nudo en el corazón, pero resulta difícil no esbozar una sonrisa.
Para saber de qué nos habla Riverside Mukolitta sobran explicaciones superfluas, mejor verla, saborearla, sentirla.
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